Tuesday, July 21, 2009

Pérez

Todos tenemos nuestro puntito de gilipollas. Lo dramático es que esa anomalía freudiana sea tan evidente que el común de los mortales diga ¡mira, ahí vá el gilipollas!.
No puedo asegurar que Pérez sea paradigma de esta última especie citada. No lo puedo asegurar porque no lo conozco personalmente. Pero me dá el pálpito que entre la pólvora de Sarajevo y las emanaciones de la Academia,a Pérez se le está reblandeciendo el cerebro.
Me explico: mientras me tomo mi cortado ojeo el Semanal y me encuentro con un cabreo retrospectivo del prócer, que recuerda con odio, que roza la vesania, a un animal de bellota con uniforme de guarda jurado que allá por los 50 increpa a una pareja de novios por considerar, equivocadamente, que su actitud rozaba peligrosamente los límites del decoro.
Efectivamente había mucho animal revestido de autoridad.
Pérez, para apoyar su relato habla de "curas que tonteaban con niños" y de "espadones de comunión diaria casados con loros".
Lo de la castidad de los curas es un tema muy debatido y yo, dadas las horas que son estoy muy cansado. Lo único que digo es que toda profesión tiene su cruz.
No matizar, generalizar, es perverso, injusto. Pérez, que antes de coger la pluma navegaba, sabe de los dramas personales, familiares e intimos, que suponen largas travesías en donde según la mala leche hispana no siempre se respetaba el saber vivir en soledad de las esforzadas penélopes.
A Pérez, debe exigírsele mayor cautela para no incurrir en el contradiós de la maledicencia popular. La moral del célibe como la de la mujer que sufre de lejanías es individual.
En cuanto a los espadones, ni éstos dictaban las normas ni todas sus mujeres eran loros; las habría de cualquier tenor, digo yo, monas, feas, estúpidad e inteligentes. Como las santas de los médicos, de los ferroviarios o de los marinos mercantes pongo por caso.
Pérez tiene una fijación, incluso ahora que se murió Umbral. A mí me gusta mas cuando habla de las aventuras del Teniente Regúlez en el cabaret de El Aaiún, o de los santos cojones del Comandante Labajos. Cuando tiene ataques de publicista de pesebre y rememora a las bestias que siempre hubo (y habrá) me echo a temblar. En otro artículo hablaba de la "mirada estulta de un policía", creo recordar. Enfín, una fijación de Pérez como otra cualquiera.
El cortado estaba de puta madre. Buen verano.