De jícaras y mojicones
Me resulta imposible, en el caso del Presidente de la Conferencia Episcopal y Obispo de Bilbao, no asociar su voz y su figura a la de un sacristán, personaje secundario, de "La casa de la Troya", la obra cumbre de Pérez Lugín. Al sacristán, hombre de generosos adipos, taimado y un tanto repulsivo, uno de los estudiantes le pregunta: "¿Qué, sacristan, renta o no renta?.
El sacristan daba buena cuenta de mariscos y postres, muy alejado de la frugalidad y mesura que aconsejan las cosas del espíritu.
Le habían invitado los estudiantes como pago a sus favores de intermediación en la lucha amorosa de Gerardo Roquer por ganar el corazón de Carmiña Castro Retén.
No diré yo que el señor Obispo de Bilbao sea el trasunto del invertebrado y procaz sacristán, pero cuando oigo y veo al purpurado presidente, no puedo evitar la asociación freudiana a la que antes me refería.
El señor Obispo, parece ser que ha pedido perdon o perdones, con ocasión de la Asamblea Plenaria Episcopal, por el papel de la Iglesia en la Guerra Civil. Ya resulta un tanto extraña la fecha de semejante palinodia, prácticamente superpuesta a la que el Vaticano ha empleado en reconocer a los mártires de la Cruzada, y empleo este término acuñado precisamente por la Conferencia Episcopal durante la contienda.
Pero hombre, señor Obispo, encima de que los asesinaban por su condición de sacerdotes, frailes, monjas o simplemente católicos, ¿se siente usted en la obligación de pedir perdón?.
Sus antecesores en la fé eligieron un bando que los protegía frente a otro que les asesinaba. Esa es la realidad.
No pida, su ilustrísima, perdon por los que lucharon y murieron. A esos no hay que perdonarlos, si acaso honrar su memoria dejándolos en paz y que cada uno oficie sus ceremonias a su modo y manera haciendo sonar el Himno Nacional, el de Riego o la Flauta Mágica, que como VI sabe inspiró a muchos de aquellos que redactaron la Constitución del 31, aquella que permitió se incautaran los bienes de los Jesuitas, prohibiera a la Iglesia católica ejercer la enseñanza o aminorar el celo de la Fuerza Pública, que llegó a las iglesias y conventos de Madrid, cuando la última tea ya se extinguía. No solo de Madrid. ¿Seguimos señor Obispo con el 34? ¿Con el 36?.
No se ponga de perfil monseñor, en estas cuestiones no se puede. Le calan a uno enseguida.
No se remonte, VI, a tan lejanas calendas y pida perdón en nombre de la Conferencia que preside y de la diócesis que pastorea y que ha visto asesinar a tanta gente, símplemente por sentirse española. ¡Qué silencio tan ominoso el de ustedes durante tantos años! !Cuanta falta de piedad!
¿A quien pretende usted convencer señor Obispo?. ¿Le acojona vivir en Bilbao?.
Cuando un servidor buscaba en los libros "la verdad" leyó un opúsculo que ha dado luz a muchos. Se llama "Camino"¿recuerda?. El "canon" 75 pide"...cubre de caridad las miserias que veas en tu padre, el sacerdote". Yo no puedo, señor Obispo, lo veo a VI como un funcionario tibio, componedor, pastelero e invertebrado, como el sacristán que le mentaba.
No se engañe, a la gente no se la convence ni con la guitarra de María Ostiz, ni con el bizcocho de Entrevías ni con perdones vergonzantes, ni mucho menos con silencios y ausencias cuando la sangre corre a borbotones.
Invite VI a Setien alguna tarde y charlen de sus cosas. Que el sacerdote/ayudante resuelva los pequeños problemas de intendencia. Seguro que a Setien le "sacará" un txacolí de batzoki y a VI, jícaras y mojicones.
Me resulta imposible, en el caso del Presidente de la Conferencia Episcopal y Obispo de Bilbao, no asociar su voz y su figura a la de un sacristán, personaje secundario, de "La casa de la Troya", la obra cumbre de Pérez Lugín. Al sacristán, hombre de generosos adipos, taimado y un tanto repulsivo, uno de los estudiantes le pregunta: "¿Qué, sacristan, renta o no renta?.
El sacristan daba buena cuenta de mariscos y postres, muy alejado de la frugalidad y mesura que aconsejan las cosas del espíritu.
Le habían invitado los estudiantes como pago a sus favores de intermediación en la lucha amorosa de Gerardo Roquer por ganar el corazón de Carmiña Castro Retén.
No diré yo que el señor Obispo de Bilbao sea el trasunto del invertebrado y procaz sacristán, pero cuando oigo y veo al purpurado presidente, no puedo evitar la asociación freudiana a la que antes me refería.
El señor Obispo, parece ser que ha pedido perdon o perdones, con ocasión de la Asamblea Plenaria Episcopal, por el papel de la Iglesia en la Guerra Civil. Ya resulta un tanto extraña la fecha de semejante palinodia, prácticamente superpuesta a la que el Vaticano ha empleado en reconocer a los mártires de la Cruzada, y empleo este término acuñado precisamente por la Conferencia Episcopal durante la contienda.
Pero hombre, señor Obispo, encima de que los asesinaban por su condición de sacerdotes, frailes, monjas o simplemente católicos, ¿se siente usted en la obligación de pedir perdón?.
Sus antecesores en la fé eligieron un bando que los protegía frente a otro que les asesinaba. Esa es la realidad.
No pida, su ilustrísima, perdon por los que lucharon y murieron. A esos no hay que perdonarlos, si acaso honrar su memoria dejándolos en paz y que cada uno oficie sus ceremonias a su modo y manera haciendo sonar el Himno Nacional, el de Riego o la Flauta Mágica, que como VI sabe inspiró a muchos de aquellos que redactaron la Constitución del 31, aquella que permitió se incautaran los bienes de los Jesuitas, prohibiera a la Iglesia católica ejercer la enseñanza o aminorar el celo de la Fuerza Pública, que llegó a las iglesias y conventos de Madrid, cuando la última tea ya se extinguía. No solo de Madrid. ¿Seguimos señor Obispo con el 34? ¿Con el 36?.
No se ponga de perfil monseñor, en estas cuestiones no se puede. Le calan a uno enseguida.
No se remonte, VI, a tan lejanas calendas y pida perdón en nombre de la Conferencia que preside y de la diócesis que pastorea y que ha visto asesinar a tanta gente, símplemente por sentirse española. ¡Qué silencio tan ominoso el de ustedes durante tantos años! !Cuanta falta de piedad!
¿A quien pretende usted convencer señor Obispo?. ¿Le acojona vivir en Bilbao?.
Cuando un servidor buscaba en los libros "la verdad" leyó un opúsculo que ha dado luz a muchos. Se llama "Camino"¿recuerda?. El "canon" 75 pide"...cubre de caridad las miserias que veas en tu padre, el sacerdote". Yo no puedo, señor Obispo, lo veo a VI como un funcionario tibio, componedor, pastelero e invertebrado, como el sacristán que le mentaba.
No se engañe, a la gente no se la convence ni con la guitarra de María Ostiz, ni con el bizcocho de Entrevías ni con perdones vergonzantes, ni mucho menos con silencios y ausencias cuando la sangre corre a borbotones.
Invite VI a Setien alguna tarde y charlen de sus cosas. Que el sacerdote/ayudante resuelva los pequeños problemas de intendencia. Seguro que a Setien le "sacará" un txacolí de batzoki y a VI, jícaras y mojicones.